La obra es una edición revisada y trabajada por tres especialistas en las cartujas valencianas, que aporta los nombres de los donantes y su ascendencia social, así como las cantidades aportadas al cenobio para enriquecerlo con nuevas edificaciones y obras artísticas.
El servicio de publicaciones de la Universidad Politécnica de Valencia acaba de sacar a la luz, dentro de su colección de Fuentes Históricas Valencianes, correspondiente al número 78, el libro: Joan Antoni Eíxarch et alii. Catàleg de benefactors de la cartoixa de Portaceli (1272-1688), copiat per Josep Pastor entre 1780 i 1781, una edición revisada y trabajada por Albert Ferrer Orts, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Valencia y especialista en las cartujas valencianas entre los siglos XIV y XVII; Estefania Ferrer del Río, doctora en Geografía e Historia, profesora de Secundaria y autora de algunos estudios sobre las cartujas valencianas; y Francisco Fuster Serra, el máximo especialista en la cartuja de Portaceli, sobre todo merced a dos monografías imprescindibles sobre el monasterio del valle de Lullén.
Y es que pocas fundaciones monásticas valencianas pueden presumir de tener una historia tan dilatada como la cartuja de Santa Maria de Portaceli, ubicada en el valle de Lullén, en Serra (Valencia) y, por consiguiente, en el corazón de la Calderona desde 1272, solo 34 años después de la conquista de la ciudad de Valencia por Jaime I.
Sus fundadores serían el obispo fray Andreu de Albalat y el capítulo de la Catedral valentina, convirtiéndose los sucesivos monarcas de Aragón en protectores suyos. Aun así, el 1301, na Sància Ferrandis, mujer del Infante don Jaume, reclamó los derechos sobre Lullén y tuvo que intervenir Ramon Despont como obispo de Valencia porque estos pasaron definitivamente a los monjes, si bien la demandante se reservó desde entonces el patronato honorífico y título de fundadora.
Su historia ha ido casi siempre paralela a la del Reino de Valencia (1238-1707), si bien es cierto que todavía permaneció activa hasta su exclaustración definitiva en 1835. Por suerte, posteriormente, volvió a recuperar su función monacal desde el año 1944 hasta la actualidad, a pesar de que la donación data de 2 años más tarde.
Casi seis siglos y medio de vida en comunidad bajo la regla recogida por don Guig I (las Consuetudines Cartusiae), inspirada a su vez en la experiencia eremítica y cenobítica de su santo fundador, San Bruno de Colonia, en el desierto de Chartreuse (el Delfinado, Francia) desde 1084. Circunstancias que han hecho que sus vetustas dependencias se hayan conservado durante centurias para la función para las que fueron originalmente concebidas y, a la vez, se haya convertido en la única casa masculina de la orden en tierras valencianas (puesto que su versión femenina también está en la Tinença de Benifassà, desde 1967), y la decana en la península ibérica a estas alturas.
En este contexto, el de su organización y administración para poder subsistir durante tanto tiempo en estricta clausura según las costumbres cartujas, es en el que hay que situar el libro que ahora se presenta, transcrito y comentado críticamente por los autores de esta edición. En realidad, este trabajo es un extracto del libro Registro antiguo, ff. 289-322, confeccionado principalmente por Joan Antoni Eixarch (monje entre 1516 y 1565), continuado después por otros amanuenses posteriores, y copiado entre 1780-1781 por fray Josep Pastor, también monje de Portaceli, dedicado al Catálogo de benefactores de la cartuja de Portaceli desde el siglo XIII hasta el siglo XVII.
La obra, cuyo original se encuentra en el archivo del Real Convento de Predicadores de Valencia desde fecha desconocida, aporta los nombres de los donantes y su ascendencia social, así como las cantidades que sirvieron para sanear la economía del cenobio y enriquecerlo con nuevas edificaciones y obras artísticas, entre otros menesteres. Un retrato o foto fija, al final, de la sociedad valenciana de época foral tan preocupada por aquello material según su lugar y papel en la jerarquía social del Antiguo Régimen como, obviamente y sobre todo, por aquello espiritual y el más allá después de la muerte.
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