El conjunto arquitectónico ubicado en Altura se convirtió en un referente de la obediencia al Papa Luna.
El rey Martín I el Humano sufragó una capilla para exhibir magnas reliquias de la cristiandad
El rey Martín I el Humano (1356-1410) no siempre dispuso de ese
sobrenombre. Pocos años después de su muerte una crónica informaba con
cierto tono despectivo que el monarca «cascun dia volia hoir tres misses
e dehia les hores axi com un prevere ordinariament», a causa de lo cual
se conocía como Martín 'lo Ecclesiàstich'. Una de las huellas más
notable de este rasgo de su personalidad se constata en un conjunto
arquitectónico que cumple 630 años. Se trata de la Cartuja de
Valldecrist, ubicada en el término municipal de Altura (Castellón) y
cuya fundación en 1385 responde al entonces todavía infante Martín. La
elección del nombre está contaminada de tintes legendarios. Algunos
señalaron que Martín vio una gran semejanza entre el terreno elegido
para su construcción y el Valle de Josafat, lugar en el que se creía que
aparecería Cristo en toda su gloria para el Juicio Final. Otros
indicaron que Martín sufrió un éxtasis en el que vio el postrero Juicio.
Hoy conocemos una carta del propio Martín a un cartujo y amigo personal, Bernat Çafábrega,
que no explica las causas del nombre pero sí justifica la erección del
lugar por su hermosura. Un enclave idílico repleto de viñas, árboles
frutales y de fuentes naturales, situado, no casualmente, en el núcleo
de las posesiones del infante y su esposa María de Luna.
En contacto directo con personalidades como Francesc Eiximenis y San
Vicente Ferrer, el rey Martín fue un admirador de las órdenes dedicadas a
la vida contemplativa, caso de la cartuja. Su posición y su profunda
religiosidad le convirtieron en un insaciable coleccionista de reliquias
de las que un importante número fueron a parar a la Iglesia de San
Martín en la Cartuja de Valldecrist: un fragmento del madero en el que
se crucificó a Cristo, un cabello de la Virgen, la cabeza de San Martín
(el patrón de la Iglesia), objetos de Moisés y su hermano Aarón, etc.
La relevancia de la cartuja era tal que el propio papa Benedicto XIII
concedía indulgencias a todos aquellos que presenciasen la exhibición
de las reliquias. Bajo mecenazgo real, con ínclitos moradores como el
propio monarca y con capillas sufragadas por las principales autoridades
del momento, aquellas construcciones levantadas por el gran arquitecto
Pere Balaguer ostentaron un rico patrimonio artístico hoy perdido y
disperso por el mundo. Es el caso del retablo de 'La Trinidad, San
Miguel y Todos los santos', joya del arte gótico valenciano que hoy se
exhibe en el Metropolitan Museum of Art de New York . Otros ejemplos son
la arqueta de marfil conservada en la Real Academia de la Historia
(Madrid), el retablo de Nuestra Señora de los Ángeles y de la Eucaristía
(Museo de la catedral de Segorbe) o los espectaculares tapices que
conocemos por antiguas fotos.
Frente al aspecto desolador que la última restauración no ha logrado
subsanar, la Cartuja de Valldecrist se convirtió en menos de dos décadas
en un espectacular centro político, artístico y cultural. Su más
célebre dirigente fue Bonifacio Ferrer. La vida del hermano del santo es
una de las más intensas del período. Tras una brillante carrera como
político y hombre de leyes, sufrió un penoso proceso acusado de traición
a Valencia, lo que le costó más de seis años de privación de libertad.
Coincidiendo con este asunto se produjo en 1394 la 'mortaldad dels
infants', brote pestífero que acabó con su esposa, siete hijas y,
probablemente, dos hijos. Desengañado o arrepentido, vendió su rico
patrimonio personal y tomó los hábitos de la orden cartuja en el
monasterio cartujo de Porta Coeli (Serra). Se meteórica carrera
eclesiástica aún fue más brillante que la de jurisprudencia. Ingresó en
la citada orden el 21 de marzo de 1396, y sólo cuatro meses después
recibía la ordenación sacerdotal, evidenciándose un favor personal del
Papa Luna. En 1400 ya era prior de Porta Coeli. Convertido en mano
derecha del pontífice, en 1402 fue proclamado prior de la Gran Cartuja
(situada en Grenoble, era la casa madre de la orden) y General de la
Orden. Por primera vez un hombre procedente de la Corona de Aragón
lideraba la orden. Cinco años más tarde, los miembros de la Gran Cartuja
decidieron retirar la obediencia a Benedicto XIII, dejando en una
posición comprometida a Bonifacio, quien tras servir fielmente al Papa
Luna, se retiró a la Cartuja de Valldecrist con el propósito de
conseguir la unidad entre los cartujos. Entre sus muros escribió varias
obras lamentándose sobre el delicado estado de la Iglesia, entonces con
tres cabezas. Benedicto XIII no aceptó su renuncia y le otorgó potestad
para dirigir la orden -al menos de los obedientes al papa español-,
desde Valldecrist. La cartuja de Altura se convertía en capital de la
orden. Allí falleció y tomó sepultura Bonifacio Ferrer el 29 de abril de
1417 en olor de santidad. Su lugar de descanso no fue eterno. En 1915
sus restos fueron trasladados al cercano Santuario de la Cueva Santa,
pero la Guerra Civil borró su memoria.
La belleza del lugar elegido por Martín el Humano sigue tan viva como
en 1385. Aunque resulte increíble, esas gélidas ruinas fueron
residencia e inspiración de grandes figuras de nuestra historia.
Fuente: Oscar Calvé - Las Provincias
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