Albalat dels Tarongers y Estivella protagonizan la sección de La Cartelera en el diario Levante-EMV
Emili Piera | La Cartelera Levante EMV
Albalat dels Tarongers y Estivella se esconden detrás de cauce seco del Palancia, un río que más arriba es alegre y trotador, y aquí se sume en un barranco robusto y fragoroso. Villas romanas y moras bajo el poder de gravitación de Morvedre
Albalat dels Tarongers
y Estivella, son especulares, pero no pueden ser más diferentes. La
autovía corre al otro lado del río, pero mientras Estivella tiene una
planta que sigue estando vertebrada por la vieja carretera, de hecho,
miran a sus dos carriles algunos de los mejores edificios del pueblo,
Albalat goza de un completo ensimismamiento en calles de resonancias muy
viejas, del Mig, de Sant Vicent, de la Cova Santa... calles estrechas,
con aceras muy estrechas, no hacen ninguna falta, la calma es absoluta.
Rodeamos
la iglesia después de contemplar el edificio más interesante de esta
zona: el palacio fortaleza de la Baronía, edificio gótico, cascado y
enmascarado, pero aún orgulloso. Un feligrés que nos ha sorprendido
interesados en la iglesia de Albalat nos cuenta que en ese palacio
residió por unos días el rey Martín el Humano. Ser un pueblo pequeño, al
final del Antiguo Régimen no era ningún chollo: como Gilet, Albalat y
Estivella hubieron de pelear con los privilegios feudales, librarse de
ellos, caer de nuevo en el cepo, volver a pelear, recurrir a la Iglesia
(sin demasiado éxito) y finalmente comprar la redención con dinero
contante a cambio de tierras a las que aún no había llegado el naranjo.
Ocurrió hace siglo y medio.
Pero ahora camino por un Albalat en
suspenso. Por el pueblo se encuentra el Forn de Manolo y la
casa (y estudio) del pintor Ximo Michavila. El restaurante Les Panses
está algunos días cerrado, pero se ve actividad en los campos con una cuadrilla recogiendo mandarines
nul·leres: las chicas son rubias y los chicos, morenos muy morenos: de
África.
Estivella parece un poco mejor preparada en materia
de servicios y se come gratamente en Els Pins, muy concurrido por
currantes de mono y de cuello blanco. Para hacer la digestión, se recomienda un paseo por
la calles del pueblo y trepar a lo alto de una colina urbana desde la
que se goza de una larga y hermosa perspectiva del río al que no le
dejaron agua: era para los huertos. Y los chalés.
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