Altura y Alcublas funcionan como bisagras, y
lo de menos es que unan dos provincias: son puertas de paso de unos
mundos a otros. De la Serranía al Palancia, o de allí a la Calderona. No
es raro que me diera por ver, en todas partes, renacimientos y suturas
Las viñas del llano de Llíria tenían brotes mucho más pujantes que las del Palancia, pero incluso cerca de El Ragudo los nogales tenían hojas nuevas y flores macho que también se arraciman y que, como dice el Dioscórides, «nacen de la leña vieja». Altura no tiene el privilegiado skyline de Jérica, pero esta villa real no carece de encantos. Con los ojos llenos de amapolas, mieses ya muy altas y cerezos rebozados de flores, paramos en La Taberna de Altura, un local entre motero y country, a tomar el clásico carajillo cremadet que es práctica devocional así pongo los pies en cualquier rincón castellonero.
A
través de los cambiantes, curiosos y, a menudo, incompatibles señoríos
medievales, Altura aparece frecuentemente ligada a Jérica, incluso a
Llíria, pero, sobre todo, a Alcublas. Esta línea de fuerza que atraviesa
la Cueva Santa mantiene todo su vigor y se refuerza cada primer sábado
de mayo, cuando mozos y mozas (y gente de no tan buen ver) peregrinan
con botas, ropa de camuflaje y porfías (ellos), cuando tantos años hace
que no hay conscripción militar.
Altura también es el pueblo que
guarda en su iglesia parroquial varios tesoros de arte, algunos de ellos
procedentes de la Cartuja de la Vall de Crist, que, aunque sólo sea un
poco más que un conjunto de ruinas ligeramente recuperadas, palpita con
un poder magnético. Por este meridiano espiritual pasaron Bonifaci
Ferrer (que tradujo la Biblia al parlar pla cien años antes que Lutero y
casi le achicharran), Ignacio de Loyola y el Papa Luna. Poca broma.
Al
dejar atrás Altura y el Palancia, tiene dos caminos, pero los dos están
llenos de curvas. El de la izquierda lleva a uno de los parajes más
dilatados y rumorosos que se pueden contemplar en tierras valencianas.
Muchos quilómetros de floresta, belleza y soledad, hasta llegar a
Gátova. Y un secreto camino a la izquierda, que lleva a unos enormes
viveros donde atrapan olivos viejos, los peinan, retuercen, recortan,
putean y meten en un tiesto. En fin.
El camino de la derecha pasa
por la interesante masía de Rivas (sean discretos, es privada), sigue
por los páramos de ceniza y arrasamiento que dejaron los últimos
incendios, y, tras cruzar el puerto de Montemayor, les recibe la
avioneta convertida en emblema de Alcublas, aeródromo cuando la
República.
La destrucción ha sido bíblica (como la del incendio de
Millars), y eso que al llegar a Alcublas renunció a subir por el camino
que lleva a Andilla. Voy servido. Por las laderas devastadas crecen muy
bien la coscoja, la esparraguera, los asfódelos (pues es lugar del
Hades) y la alegría de los lirios, azules y blancos, que no tejen ni
hilan, pero visten como Salomón. Gigantescas leñeras de árboles cortados
y troncos esparcidos por retirar (se agotó el presupuesto). Barreras de
leña para frenar la erosión. Desolación y ceniza.
Fuente: Emili Piera - Levante EMV 03-05-2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario