Un periplo invernal
por una Nada demográfica da voz a los últimos pobladores de un mundo en
extinción, una crónica de los otros, los que se
quedaron descolgados de un país urbanizado a gran velocidad que ha
olvidado su origen rural.
Son los últimos. Los
que guardan la llave
de pueblos que apenas
tienen un puñado
de habitantes. Los
que cierran la escuela
que ya no volverá
a abrir. Los que sobreviven
bloqueados
por la nieve y entre
continuos cortes de luz. Pero también
son los últimos en quienes piensan las
instituciones, que ven difícil dedicar recursos
a ese escaso 1% de la población
española, o de las empresas, que ni se
plantean instalar allí fábricas o talleres.
Pero algo tienen los habitantes de los
pueblos más pequeños y despoblados de
la Serranía Celtibérica, ese territorio difuso
que rodea el Sistema Ibérico, y que
suma tierras de Teruel, Zaragoza, Guadalajara,
Soria... Son pocos, pero sus historias
atrapan a lectores y espectadores,
son protagonistas de libros tan hermosos
como ‘
La lluvia amarilla’, de
Julio Llamazares;
de espacios televisivos como ‘
Un
país en la mochila’, del desaparecido
José
Antonio Labordeta. Fascinan sus personalidades
en ‘
Los santos inocentes’, sus
historias en los ensayos ‘
La España vacía’,
de
Sergio del Molino; o ‘
Donde la
vieja Castilla se acaba: Soria’, de
Avelino
Hernández, de gran éxito.
Son también
las voces y los rostros del ensayo periodístico
‘
Los últimos’, del valenciano Paco
Cerdá y que publica la editorial
Pepitas
de Calabaza. Un hermoso volumen para
recorrer, en clave de reportaje literario
esa España desértica. Libro que va ya por
la segunda edición, porque a los ciudadanos
les atrae, siempre, la lucha contra
la soledad, la defensa de la identidad y el
paisaje de la dura España interior.
En sus páginas se narran en una serie de catas geográficas y humanas la terrible realidad de esta región de
España, donde
centenares de pueblos están vacíos o a punto de desaparecer. En ellas cobran protagonismo los últimos robinsones que
resisten en poblaciones semivacías sin que nadie se acuerde de ellos y, lo que es peor, sin que a nadie
en España le importen su soledad y su marginación. Y si las
conoce, hace como si le importaran poco
Un viaje de 2.500 kilómetros por la España despoblada, o Serranía Celtibérica: un territorio montañoso y
frío con 1.355 pueblos tiene menos
densidad de habitantes que los desiertos
helados del norte de Europa. Un territorio que supone un 13% del territorio
español, con apenas un 1% de población.
El doble de territorio que Bélgica
y el triple que Eslovenia, pero con
diez veces menos habitantes que lo que
se conoce literalmente como desierto
demográfico (menos de 8 habitantes por kilómetro cuadrado).
Y ese espacio es el comprendido por las montañas de Burgos y de La Rioja, las provincias enteras de Soria y Guadalajara, los
extremos de las de Zaragoza y Segovia, la zona cero de Teruel, el epicentro de la despoblación ibérica
junto con la serranía de Cuenca, las comarcas del interior de Castellón y Valencia al que ya se le
conoce como la Laponia española, más que por el frío, por sus bajísimos índices demográficos,
desconocidos en el continente.
La Federación
Española de Municipios y Provincias
publicaba recientemente en su informe ‘
Población
y despoblación en España 2016’ la crisis demográfica que
vive España, con un tercio más de municipios
con menos de 100 habitantes, y que
las perspectivas son negras porque al envejecimiento
se une el éxodo y la falta de
expectativas, pues la industria se sitúa en zonas urbanas, y la
población se concentra allí, dejando por ello grandes
zonas despobladas
.
Pero no siempre fue
así. Desde el Paleolítico, estas regiones han sido tierras ricas
y pobladas, donde abundaban animales
para la caza, los pastos y los recursos minerales.
En el siglo XVI, por ejemplo, en
una fragua de los Montes
Universales podían trabajar hasta
200 personas. Las zonas más ricas de la
recién nacida España eran precisamente
esas comarcas, pobladas de ganado y
pastos.
«Todo cambió con la industrialización,
con el crecimiento de las ciudades,
la inversión industrial en zonas como
País Vasco o Cataluña. Hay un momento
clave que es la creación de la línea
que uniría Madrid y Barcelona, y
que iba a pasar por Teruel. El proyecto
cambió y ya no hubo marcha atrás», destaca
en su libro Paco Cerdá.
También
Miguel Ángel Fortea, quien fuera coordinador
de
Teruel Existe, lo ha explicado muy claramente: «
Desde el momento
en que se dejó a Teruel aislada de
las comunicaciones ferroviarias todo el
ganado de la Meseta entró en tren hacia
otros sitios y hundió la economía ganadera
turolense. Luego, cuando se crearon
los polos de desarrollo industrial durante
el régimen de Franco, la gente se marchó
a aquellas ciudades boyantes del País
Vasco, Cataluña y Madrid. Ya había pasado
antes con el hierro que transportaba el tren de minero de Ojos Negros a
Sagunto y que desmanteló nuestras herrerías.
Ahora la arcilla turolense crea
puestos de trabajo en Castellón, pero no
aquí».
Pero no fue solo la industria, pues también fue clave el
cambio de mentalidad española: «
Gracias
al turismo y la televisión los turolenses
conocieron que había otra forma
de vida. Y la anhelaron. El mundo rural
se identificaba con el cateto y se creyó
que en el mundo urbano estaba el futuro». Y así, lo que era una zona rica en recursos y almas se ha convertido ahora en
el territorio de los olvidados.
Es un proceso que los responsables del
proyecto Serranía Celtibérica definen
como
‘demotanasia’, suma de las palabras
griegas
‘demos’ (población) y ‘
thanasía’
(muerte), para definir el proceso
de acciones y omisiones políticas que
han conducido a la desaparición lenta y
silenciosa de la población de un territorio.
Según el catedrático
Francisco Burillo,
promotor de la Serranía Celtibérica,
que pretende convertir esas comarcas en
una eurorregión que pueda captar fondos
europeos indénticos a los de Laponia,
«
el abandono es total. Sirva como
ejemplo: en el año 2004 la ministra de
Fomento Magdalena Álvarez presentó
un plan de infraestructuras hasta 2020
que sumaba la cantidad de 241.392 millones
de euros. A la Serranía Celtibérica le
hubiera correspondido por su extensión
la cantidad de 31.486 millones de euros.
Sin embargo la inversión ha sido cero, a
pesar de que se han prometido en algún
momento numerosas infraestructuras como la via de tren entre
Valencia–Teruel –Zaragoza, que
se había anunciado convertirlo en tren
de alta velocidad, y hubiera acercado puesto
Zaragoza a 50 minutos de de Teruel, con
una inversión de 3.000 millones de euros. Y
las mercancias de Valencia a Zaragoza
van vía Tarragona lo que supone un recorrido
añadido de 200 km».
Continuamente los políticos españoles hablan de la necesidad de fijar población en el mundo
rural, pero lo hacen sin saber muy bien la dimensión real del problema y, sobre todo, sin estar
convencidos de aquélla; de lo contrario, ya habrían pasado a la acción. Si no lo hacen es porque
verdaderamente les importa poco lo que les pase a todas esas personas que sobreviven aisladas del
mundo moderno en lugares de difícil acceso o en remotas comarcas del interior del país, sin servicios
ni comunicaciones dignos. De hecho, para algunos esto no deja de ser una anécdota, incluso un motivo de satisfacción.
El que eso suceda demuestra que España es ya urbana, europea, moderna, superdesarrollada e
hipercosmopolita.
 |
Paco Cerdà |
Paco Cerdá se centra también en su libro en otro drama: el del
cierre de las escuelas, una especie de
efecto mariposa que desencadena una
inevitable crisis demográfica,
«porque el
pueblo que pierde la escuela está abocado
a una desaparición casi total de forma
acelerada», resume
Héctor Martín,
maestro rural que ha pasado ya por el
triste trago de cerrar tres escuelas, quien afirma que «
siendo
realistas, la escuela rural tiende a desaparecer», porque hay pueblos donde los niños no son suficientes ni para jugar un partido de baloncesto,
por ejemplo. O en los que solo hay una niña,
que no puede hacer confidencias con
otra pequeña de su edad.
Sin duda, un libro interesante que nos acerca a una realidad demasiado cercana para no conocerla.