Cuenta Elena Aub que su padre quedaba a jugar al póquer todos los sábados por la noche en su casa de México DF con sus amigos del exilio. "No era un hombre triste ni amargado, pero traía encima una carga difícil: estaba impotente en un país que no era el suyo. Así que tuvo que buscar muchas escapatorias para salir de aquella situación", recuerda la hija del autor de Las buenas intenciones (1954).
Y Max Aub se inventó El juego de cartas, en 1964, 22 años después de llegar a México y cinco años antes de regresar a España. Y logró desmontar la lógica de la novela tradicional: el relato sucedía de manera fragmentaria y azarosa, en el anverso de los 108 naipes, para barajar, cortar y repartir. Son cartas para jugar, pero también cartas o misivas para leer, porque los escritos al dorso son textos privados dirigidos a varias personas en las que se habla del protagonista: Máximo Ballesteros (alter ego del autor). Es una insólita "baraja literaria" o "novela de naipes".
La baraja se editó hace casi 50 años, en una tirada artesanal de 300 ejemplares (que en el mercado de segunda mano tiene un precio de 6.000 euros), y nunca hasta ahora se había publicado en España. En la próxima semana la editorial Cuadernos del Vigía publicará la primera edición española del famoso juego de cartas, que inició la revolución vanguardista narrativa. Juego de cartas altera las relaciones entre autor, libro y lector. Se trata de una invitación a una lectura activa, creativa y lúdica.
"Se parece a un cuadro cubista. Cada uno de los remitentes de las cartas da una visión distinta y fragmentaria del protagonista ausente, Máximo. El personaje aparece descompuesto, descrito desde distintos puntos de vista, que el lector-jugador debe trabar y representar", aclara Carmen Valcárcel, profesora del departamento de Filología Española en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid y especialista en la obra del dramaturgo, ensayista y escritor.
Carmen tiene una de aquellas barajas originales. Juega con sus alumnos, reparte las cartas, sigue las reglas: gana el que adivine quién fue Máximo Ballesteros. "El juego tiene un tono detectivesco, pero no se logra adivinar nada. Max quería jugar a la creación de un personaje", cuenta la profesora. "Es un juego de entretenimiento; las apuestas no son de rigor. Permite, además, toda clase de solitarios", escribe Aub en las reglas del juego, en la caja de la baraja.
"Querida Lea: No sé quién inventó que los hombres son de una pieza. Los hombres son un 'puzzle', un juego difícil de componer y más de recomponer porque siempre nos los entregan hechos polvo, a ver qué y quién sale", en el cuatro de bastos-rombos. "¿Cómo era él? ¿Quién lo sabe? ¿Tú? Pues atente a ello, cada quien con su verdad", se dice en el As de copas-corazones. "Te has echado encima una tarea imposible. ¿Cómo era Máximo? De una sola manera: como creías que era. ¿Qué los lunes lo veías azul, y verde los martes?", en el siete de oros-picas.
La broma se hizo infinita gracias a la intervención del pintor catalán de vanguardia Josep Torrens Campalans, amigo personal de Pablo Pica-sso, buen conocedor de la obra pictórica de Rafael Alberti... un artista fantasma inventado por Max Aub, su doble pintor. Se dijo que se formó cerca de Braque y Picasso. Incluso, se publicaron informaciones sobre la obra del pintor invisible.
Para Valcarcel, Campalans colabora con sus diseños y devuelve, de esta forma, el servicio que Aub le había rendido antes al escribir su biografía falsa también, por supuesto y publicada en 1958.
Junto a la cara en la que se reproducen los escritos, la cara en la que el falso pintor dibuja los palos de la baraja española (bastos, oros, copas y espadas) mezclados con los de la baraja francesa (rombos, picas, corazones, tréboles). "¿Por qué ha de haber una línea divisoria entre la pintura y lo que no lo es, cuando no se sabe dónde empieza la literatura?", se preguntaba retóricamente el autor en la biografía apócrifa de Torrens Campalans.
La baraja es un libro alegre, en el que se resumen todas las peculiaridades literarias del autor de La gallina ciega (1971), recuperada en la colección Voces críticas de Público, que aparecerá en las próximas semanas. "La trampa humana, la tragedia del hombre, el juego entre la realidad y la ficción, la falsa identidad. Se le ha dado muy poca importancia a la mascarada en su obra y hasta el momento sólo nos hemos centrado en una visión excesivamente trágica de Max", explica Carmen Valcárcel.
Para la especialista, Juego de cartas no es una extravagancia en la trayectoria del autor, responde a la descripción del mundo tramposo en el que nos movemos, en la búsqueda de averiguar la verdadera identidad del ser humano. Incluso, de la identidad que los demás tienen de uno mismo. Hay que recordar que Max Aub fue denunciado como comunista en 1940 cuando él era socialista, detenido en París e internado en el Campo de Roland Garros, desde donde fue transferido, al mes siguiente, al Campo de internamiento de Vernet y desterrado a Marsella.
En la intensa producción de falsos yoes de Aub destaca el ficticio discurso de ingreso en la Academia Española (para el autor republicano no era Real) que escribió lejos de España, en 1956. Años más tarde, Antonio Muñoz Molina se apoyaría en esa farsa para acompañar su ingreso en recuerdo al exilio español y a quien "decidió ser español, un español demócrata y de izquierdas, sin más raíces que las elegidas por él mismo, sin otras lealtades que las de la convicción civil y la libertad".
Elena Aub recuerda que fue muy difícil conseguir los permisos de las autoridades mexicanas para imprimir una baraja. "Pero lo hicimos y fue un trabajo muy caro para la editorial Finisterre, por eso ha costado tanto volver a publicarlo". Elena lo recuerda visceral cuando hablaba de la guerra, pero divertido porque "le gustaba reír y burlarse con los demás". Eso es Juego de cartas, una gran befa sobre el hombre y su identidad, en la que la incógnita final es imposible resolver: "No te preocupes: uno es como es y nadie sabe cómo", en la sota de bastos-rombos.
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