Como era de esperar, la Generalitat apoya con gran entusiasmo la conmemoración del IV centenario de la muerte del Patriarca Juan de Ribera, canonizado el 1960, símbolo de la Contrarreforma en España y, particularmente, de la Diócesis de Valencia y del reino homónimo.
Este sevillano, de noble origen y obispo de Badajoz, tomó posesión del Arzobispado en 1569, cargo que compaginaría con el simbólico título de Patriarca de Antioquia, y eventualmente virrey del reino de Valencia, hasta su muerte el 6 de enero de 1611.
Su vocación pastoral, guiada por la conversión de los moriscos y la ortodoxia filipina, fue ciertamente extraordinaria, prueba de la cual son las numerosas visitas pastorales que realizó durando más de cuatro décadas y, también, la construcción del Real Colegio Seminario del Corpus Christi en Valencia, edificio que todavía a estas alturas acoge colegiales (seminaristas) y que ha sido la cuna de un considerable número de obispos.
Aun así, Ribera acontece un personaje complejo que también ha pasado a la historia por haber ejecutado en su mandato episcopal la expulsión de los moriscos, un hecho luctuoso que sobrevuela su biografía y que marcó indefectiblemente sus últimos años, así como la historia de numerosos municipios palantinos.
Bien estaría, pues, que el 2011 significase una revisión exhaustiva a sus logros en una diócesis progresivamente castellanizada y a sus deméritos en la compleja tesitura de los reinados de Felipe II y Felipe III. Cosa que se ha hecho con dignidad últimamente con Francisco de Borja, IV duque de Gandia, a pesar de la inhibición del Consell, aunque otras personalidades como por ejemplo Martín el Humano han pasado totalmente desapercibidas, teniendo en cuenta el que supuso el final de su reinado para los destinos de la Corona de Aragón.
Otras celebraciones, como por ejemplo el nacimiento en Castalla de Enric Valor en 1911 -el autor de las entrañables Rondalles Valencianes-, tampoco contarán con el interés del ejecutivo autonómico, nada preocupado en sacar a colación las bondades personales y literarias de un escritor de una sensibilidad sublime a través del aprecio incondicional a su tierra, a su gente, a su cultura y, sobre todo, a su lengua, la valenciana.
De hecho, cabe resaltar que cuando un año después de su muerte las Cortes Valencianas publicaron una edición bilingüe de las Rondalles Valencianes, -la versión castellana traducida por el propio escritor-, se calificara a este recopilatorio de historias y leyendas como "una recopilación de literatura tradicional absolutamente insustituible" que se habrían perdido de no haber sido por Valor, que "nacionalizó" los cuentos populares y las historias que recogió en las comarcas valencianas y que estaban a punto de perderse. Y todo ello con un lenguaje "popular pero correcto, y rico" que, además de "divertir y enseñar nuestra lengua", deja patentes "las peculiaridades de nuestra gente".
De hecho, cabe resaltar que cuando un año después de su muerte las Cortes Valencianas publicaron una edición bilingüe de las Rondalles Valencianes, -la versión castellana traducida por el propio escritor-, se calificara a este recopilatorio de historias y leyendas como "una recopilación de literatura tradicional absolutamente insustituible" que se habrían perdido de no haber sido por Valor, que "nacionalizó" los cuentos populares y las historias que recogió en las comarcas valencianas y que estaban a punto de perderse. Y todo ello con un lenguaje "popular pero correcto, y rico" que, además de "divertir y enseñar nuestra lengua", deja patentes "las peculiaridades de nuestra gente".
Poco antes de faltar, todavía recuerdo al honorable anciano pasear por Meliana, donde permanecía algunas temporadas dado que su yerno era uno de los médicos del pueblo. Tan discreto, con su sombrero característico, con su innata naturalidad...
Como ha pasado en otras conmemoraciones, Enric Valor tendrá la suya por aquellos que lo han conocido, leído, escuchado y siguen su camino para dignificar todo aquello que nos es —quieran o no las instituciones— propio e inalienable.
Por Enric Valor y los anónimos ciudadanos que, con honestidad y sin reconocimientos oficiales, creen que este país todavía es posible. Por todos ellos.
Publicado en El Punt, el 2 de enero de 2011
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