El presente promete? Sonrisa justificada. ¿Augurios de cambios y algunas dudas? Sonrisa bien informada que demuestre las ganas de tender puentes a las oportunidades que se presenten. Porque lo que ahora toca es afrontar el futuro con confianza en uno mismo, fe en la propia capacidad para mejorar la vida y esfuerzo para alcanzar los objetivos marcados.
En tiempos de desconcierto, lo mejor es creer en los valores seguros, y el nuevo optimismo lo es. Lo llaman optimismo inteligente, optimismo dinámico o, lo último, optimalismo, una equilibrada mezcla entre optimismo y realismo. Lo importante es practicarlo, como hacen ya políticos, escritores, líderes de opinión y analistas de tendencias.
El optimalista no lleva gafas especiales para ver la vida en rosa, pero mira hacia al futuro y piensa en que puede hacer lo que se proponga, y eso le hace al menos intentarlo. Es un primer paso que salta la barrera del inmovilismo al que condena el pesimismo del nada tiene remedio. No es casualidad que la psicología positiva, que confía en el optimismo como herramienta, haya sido la estrella de los cursos de verano en muchas universidades españolas. ¿Una moda? No, más bien una necesidad ante un presente en el que nadie puede permitirse el lujo de ver el vaso medio vacío.
“Ser optimista es una muy buena estrategia para estar al 100% afrontando los problemas y maximizar las oportunidades de éxito”, apunta Gonzalo Hervás, psicólogo y profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Ahí está la clave: el optimista inteligente trabaja para que sus circunstancias cambien a mejor. “Es consciente de la realidad y sabe que, a veces, moverse implica riesgos”, explica Hervás. “Los nuevos optimistas no viven de ilusiones; evalúan su situación, prevén las consecuencias de sus actos y no dejan nada al azar”, concluye. El optimalismo, en definitiva, activa los recursos que cada uno tiene para superar obstáculos, a la vez que genera ilusión y confianza, dos motores imprescindibles para buscar y encontrar soluciones.
Martin Seligman, padre de la psicología positiva y autor de numerosos best sellers de autoayuda, afirma sin rodeos que “trucos carentes de sentido como silbar una canción alegre” no sirven de nada para mejorar nuestro ánimo. Así que mejor borrar del iPod el traicionero Don’t Worry, Be Happy (no te preocupes, sé feliz) y empezar a actuar. ¿Cómo? Sabiendo que se puede elegir nuestra la manera de pensar; aprendiendo a leer la realidad de la forma más positiva posible sin negarla nunca; aceptando la necesidad de cambiar algunos hábitos y actitudes; desterrando el pesimismo defensivo de esperar lo peor para evitar desengaños, y con constancia para combatir las adversidades que salgan al paso. Si la crisis se sufre en propia carne, se trata de marginar los términos de siempre y nunca y optar por el algunas veces o últimamente. El futuro está abierto y puede ser mejor.
Los expertos coinciden en señalar que, de modo consciente y con un poco de esfuerzo, un pesimista puede convertirse en optimalista. Que se puede aprender a creer en el nuevo mandamiento del “sí, podemos”, de Barack Obama, o a anticipar “brotes verdes” en el páramo, como la vicepresidenta económica, Elena Salgado. ¡Y hasta a decir sin pestañear que “nunca hay que desaprovechar una buena crisis”!, como dejó ir en China la secretaria de Estado de EE.UU., Hillary Clinton, una experta en sobrevivir a todo tipo de reveses. “La herencia genética y la educación nos predisponen al optimismo o al pesimismo –comenta el psicólogo y pedagogo Bernabé Tierno, autor, entre otros títulos, de Optimismo vital y el más reciente Poderosa mente (Temas de Hoy)–, pero tenemos muchas posibilidades de construir nuestro propio destino. El optimismo no es sólo una cuestión de carácter, también es una forma de pensar y de enfrentarse a la vida.” Según Tierno, la mejor herramienta para cambiar de chip está muy a mano: es el cerebro. “Hay que poner la mente a nuestro servicio con una serie de estrategias y ejercicios encaminados a superar los temores que nos impiden reaccionar ante una circunstancia o contratiempo. Lo primero es querer cambiar de pensamientos, sentimientos y actitudes, y pasar a la acción abandonando las rutinas y los hábitos negativos que nos impiden ser quien de verdad queremos ser. Activar y potenciar las emociones positivas. Si aprende a pensar bien, aprenderá a vivir mejor.”
Potenciar los pensamientos positivos, no perder ni un instante en lamentos inútiles, aprender de los errores del pasado, visualizarse como una persona nueva capaz de lidiar con todo lo que se ponga por delante, disfrutar y compartir los pequeños éxitos e instantes de felicidad… Los gurús de la psicología positiva aseguran que “somos lo que pensamos” y animan para lograr pensar exactamente lo que se quiere. Ahí es nada. Advierten, también, de la necesidad de ponerse metas asequibles para no caer en el desánimo, y avisan de que se puede fracasar en un asunto concreto, aunque eso no significa ser un fracasado. ¿Hay limitaciones? Sí, ¿Se puede controlar todo? No. Pero sí cabe estrenar un nuevo look mental, una versión mejorada y actualizada de uno mismo que tendrá efectos beneficiosos sobre la salud física, psíquica, emocional y social. Porque un optimista vive más y afronta una enfermedad con más posibilidades de cura. Esto es un hecho.
Intentarlo
Elegir una lectura positiva del escenario –cualquiera que sea, laboral, social, económico– aumentará la capacidad de reacción y la creatividad a la hora de enfrentarse a un reto porque ayuda a pensar que lo negativo es pasajero, que no durará siempre. El optimalismo reacciona ante la derrota. No es ingenuo, conformista, mágico ni superficial, pero pone las bases para hacer realidad los objetivos bien trazados, alimentando las expectativas de autoeficacia y esfuerzo continuado. Si no se cree que es posible alcanzar una meta, ni siquiera se intenta. Confiar en la posibilidad del éxito es lo que permite poner en marcha todos los recursos para lograrlo. Y si no se logra, se puede echar mano de uno de las mantras del optimalismo: ¡seguro que habrá aprendido algo que será útil en el futuro!
El optimalismo, como valor positivo, se retroalimenta, es contagioso y se extiende por las redes sociales con mucha más rapidez que una visión pesimista/derrotista de la vida. Todo el mundo prefiere rodearse de gente con el ánimo apuntando alto porque les hace sentirse mejor. Felicidad llama a felicidad, éxito llama a éxito. Es la ley de atracción del pensamiento que recogen superventas como El secreto, de Rhonda Byrne: la actitud atrae como un imán todo lo que llega a la propia vida. Por eso, el optimalista ve oportunidades y nuevos objetivos donde otros sólo ven crisis.
La palabra crisis empieza, poco a poco, a dejar de ser omnipresente. La razón es que se está empezando a notar una cierta saturación. Hay ganas, muchas ganas, de que se invierta la tendencia. Lo refleja el mercado. Carles Torrecilla, profesor de Esade, experto en marketing estratégico y autor de Crisis, mentiras y oportunidades (Planeta Empresa), cree que el consumidor está más receptivo a que le hablen de oportunidades, premios a la innovación de las empresas, y de nuevos lanzamientos. “Los productos generalmente quieren transmitir satisfacción y optimismo y, cuando se visualiza el repunte, el mensaje se agradece y se compra mejor. La capacidad de los emprendedores, la creatividad y la innovación cotizan al alza”, destaca.
Educarse en el bienestar
En el primer congreso de psicología positiva que se celebró recientemente en Filadelfia, se debatió sobre la psicología de la pasión, entendida como la necesidad de tener una actividad que apasione, y la voluntad de abrir el camino a la neurociencia positiva. Incidieron en la importancia de la educación para fomentar el bienestar, el desarrollo interpersonal y las iniciativas creativas.
Igual, si lo que se busca es reinventarse al gusto de cada cual para aprovechar más la vida, habría que empezar por desaprender lo aprendido o, al menos, aprender a ver con nuevos ojos. Atreverse a soltar lastre, a abrir caminos y a reconocer que no todo se ha hecho bien. La reflexión anticipa soluciones, y nadie saldrá del bache si no se cree capaz de dejarlo atrás sin confiar sólo en la caprichosa suerte. Querer, a veces, es poder.
Más información: la web psicologia-positiva.com ofrece un test para medir el grado de optimismo.
Y un par de libros: Aprenda optimismo, de Martin Seligman (DeBolsillo), y Optimismo inteligente, de M. Dolores Avia y Carmelo Vázquez (Alianza).
Aprender a pensar en positivo
Empezar el día practicando cinco minutos de ejercicios de visualización ayuda. Acompasar la respiración e imaginarse haciendo las actividades cotidianas en un estado relajado, sin estrés. Si se observa algún obstáculo, visualizarlo con el problema resuelto.
Escribir una lista con afirmaciones positivas: “Puedo; lo haré; lo solucionaré; voy a encontrar trabajo…”, y leerlas en voz alta al levantarse. Visualizarlas durante tres minutos, seleccionando una imagen que se corresponda con cada una de las afirmaciones. Eso facilita que el mensaje se grabe en la parte oculta de la mente y motive.
Enfocar la mente hacia todo lo bueno de la vida y desconectar de las rutinas negativas. Pensar en qué se puede hacer para mejorar lo que no gusta y convertirse en una persona-solución, en lugar de ser una persona-problema.
Olvidar la ley de Murphy (eso de que si algo puede salir mal, saldrá mal). Mejor darle la vuelta. Las circunstancias no son definitivas ni irremediables. Hay que convencerse de que los contratiempos pueden superarse y celebrar los éxitos sin complejos.
Es más fácil actuar cuando se asume que parte de la vida depende de uno mismo, no de la empresa, ni de los jefes, ni de la familia, ni de los amigos, ni de la pareja. Las cosas irán mejor si se refuerza la confianza para alcanzar lo que de verdad se quiere, y esforzándose por conseguirlo.
Acabar la jornada con pensamientos positivos. Recordar cuatro o cinco cosas que hayan alegrado el día y pensar en ellas. Serán pequeñas píldoras de felicidad diaria.
Fuente: www.magazinedigital.com