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sábado, 4 de enero de 2014

A LA ORILLA DEL PALANCIA SECO

Albalat dels Tarongers y Estivella protagonizan la sección de La Cartelera en el diario Levante-EMV

Albalat dels Tarongers y Estivella se esconden detrás de cauce seco del Palancia, un río que más arriba es alegre y trotador, y aquí se sume en un barranco robusto y fragoroso. Villas romanas y moras bajo el poder de gravitación de Morvedre
 
Los dos pueblos, de extensión y poblamiento muy parecido, se contemplan mutuamente desde la misma ribera del río, la izquierda, en que están asentados. Hasta la decoración de las torres (la de Estivella, más barroca) de sus iglesias, se parece: exquisitamente cuidadas las dos, con portales chapados en metal con gusto y gracia. Aunque Estivella suba hasta los seiscientos metros en el Garbí, las dos villas están encajonadas entre l'Espadà y la Calderona, al amor de la tierra más llana y productiva, nada que ver con las alturas de Segart. Aquí empezaban las torturas del conductor, y de los peatones, con la vieja carretera de Aragón, que traspasaba los dos pueblos, y Torres Torres, como un estoque: a veces, en una esquina comprometida, quedaba trabado un tráiler, entre los lados de la escuadra.

Albalat dels Tarongers y Estivella, son especulares, pero no pueden ser más diferentes. La autovía corre al otro lado del río, pero mientras Estivella tiene una planta que sigue estando vertebrada por la vieja carretera, de hecho, miran a sus dos carriles algunos de los mejores edificios del pueblo, Albalat goza de un completo ensimismamiento en calles de resonancias muy viejas, del Mig, de Sant Vicent, de la Cova Santa... calles estrechas, con aceras muy estrechas, no hacen ninguna falta, la calma es absoluta.

Rodeamos la iglesia después de contemplar el edificio más interesante de esta zona: el palacio fortaleza de la Baronía, edificio gótico, cascado y enmascarado, pero aún orgulloso. Un feligrés que nos ha sorprendido interesados en la iglesia de Albalat nos cuenta que en ese palacio residió por unos días el rey Martín el  Humano. Ser un pueblo pequeño, al final del Antiguo Régimen no era ningún chollo: como Gilet, Albalat y Estivella hubieron de pelear con los privilegios feudales, librarse de ellos, caer de nuevo en el cepo, volver a pelear, recurrir a la Iglesia (sin demasiado éxito) y finalmente comprar la redención con dinero contante a cambio de tierras a las que aún no había llegado el naranjo. Ocurrió hace siglo y medio.

Pero ahora camino por un Albalat en suspenso. Por el pueblo se encuentra el Forn de Manolo y la casa (y estudio) del pintor Ximo Michavila. El restaurante Les Panses está algunos días cerrado, pero se ve actividad en los campos con una cuadrilla recogiendo mandarines nul·leres: las chicas son rubias y los chicos, morenos muy morenos: de África.

Estivella parece un poco mejor preparada en materia de servicios y se come gratamente en Els Pins, muy concurrido por currantes de mono y de cuello blanco. Para hacer la digestión, se recomienda un paseo por la calles del pueblo y trepar a lo alto de una colina urbana desde la que se goza de una larga y hermosa perspectiva del río al que no le dejaron agua: era para los huertos. Y los chalés.

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